En un suntuoso palacio de Ferrara, agasajaba don Juan Belvdero una noche de invierno a un prncipe de la casa de Este. En aquella poca, una fiesta era un maravilloso espectculo de riquezas reales de que slo un gran seor poda disponer. Sentadas en torno a una mesa iluminada con velas perfumadas conversaban suavemente siete alegres mujeres, en medio de obras de arte, cuyos blancos mrmoles destacaban en las paredes de estuco rojo y contrastaban con las ricas alfombras de Turqua. Vestidas de satn, resplandecientes de oro y cargadas de piedras preciosas que brillaban menos que sus ojos, todas contaban pasiones enrgicas, pero tan diferentes unas de otras como lo eran sus bellezas. No diferan ni en las palabras, ni en las ideas; el aire, una mirada; algn gesto, el tono, servan a sus palabras como comentarios libertinos, lascivos, melanclicos o burlones.
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